El tren que ya no llega: símbolo del abandono del medio rural leonés

La columna de la afiliación, por Regina Rodríguez Afiliada de Alantre.

Durante décadas, el tren de vía estrecha entró en la ciudad de León con absoluta normalidad. Llegaba hasta la estación, conectaba pueblos enteros con la capital y sostenía la vida cotidiana de miles de personas. Hoy, ese tren ya no llega. Se detiene en un apeadero periférico que jamás debió ser más que una solución temporal. Y la pregunta persiste, tan sencilla como incómoda: ¿por qué?

La explicación técnica no basta. El verdadero motivo es político. El abandono de FEVE en León comenzó con la integración de la antigua red de vía estrecha en Renfe y ADIF, una reorganización que dejó la línea en un limbo presupuestario y operativo. Desde entonces, la degradación ha sido constante: obras iniciadas y detenidas, proyectos urbanísticos prometidos y nunca ejecutados, material obsoleto sin renovar y un trazado urbano inconcluso que expulsó al tren de la ciudad.

A lo largo de los años, tanto PP como PSOE han anunciado reiteradamente la inminente integración de la línea, la modernización del servicio y la llegada de nuevos trenes. Sin embargo, ninguna de esas promesas se ha materializado. El resultado es evidente: el tren que antes llegaba a la estación hoy ya no lo hace, y no existe justificación técnica sólida para que una infraestructura plenamente operativa durante décadas haya quedado reducida a medio servicio.

Las consecuencias para el medio rural leonés son profundas. Estudiantes, trabajadores y personas mayores han perdido un medio de transporte accesible y sostenible. Muchos municipios han quedado prácticamente aislados si no se dispone de coche. En un territorio envejecido y castigado por la despoblación, esta decisión —o más bien, esta falta de decisiones— supone un golpe directo a su capacidad de supervivencia.

Lo más frustrante es que el abandono no era inevitable. En otros territorios, la vía estrecha se ha integrado con éxito en sistemas modernos de movilidad. En Asturias, los trenes de la antigua FEVE llegan con normalidad a Oviedo, Gijón y Avilés. En la Comunidad Valenciana, líneas similares se transformaron en Metrovalencia y TRAM, plenamente urbanas y eficientes. Es decir: no falta tecnología, falta voluntad.

La situación actual de FEVE en León no es solo un problema ferroviario. Es una metáfora del trato que recibe de forma reiterada a través de los años el País Leonés por parte de tanto de Pp como PSOE, Junta y Gobierno: discursos grandilocuentes sobre la lucha contra la despoblación acompañados de decisiones que la aceleran. Un territorio no puede pedir que sus jóvenes se queden mientras les retira las infraestructuras básicas para vivir.

Una línea que sostiene vidas, rutinas y territorios enteros

Este tren no es —ni ha sido nunca— un capricho ni una reliquia del pasado. Es un servicio público que utilizan cada día jóvenes que se desplazan a la Universidad y a los institutos, trabajadores que lo utilizan disriamente a su empleo, y amas de casa que realizan sus compras o gestiones esenciales. Es también un medio de transporte para miles de ciudadanos que lo emplean para recorrer la montaña leonesa, disfrutar del medio natural, visitar sus pueblos, caminar por sus senderos, acudir a sus fiestas y conocer su gastronomía durante todo el año. Los ciudadanos del País Leonés, no somos ciudadnos de tercera.

FEVE no solo une puntos en un mapa: une modos de vida, hace posible el estudio, el trabajo, el ocio y la permanencia en el territorio. Cada tramo que se pierde no es una simple decisión técnica: es una renuncia a todo lo que ese tren hacía posible.

¿La solución? Un bus eléctrico que certifica el abandono

En lugar de retomar la llegada del tren a la estación, la última propuesta institucional plantea sustituir el tramo urbano por un autobús eléctrico que conectaría el apeadero actual con el centro de León. Presentado como una medida “eficiente” y “sostenible”, este planteamiento equivale, en la práctica, a renunciar definitivamente a la infraestructura ferroviaria.

Un bus eléctrico no repara las vías abandonadas. No restituye la conexión ferroviaria perdida. No devuelve al medio rural el tren que se le arrebató. Es, más bien, una forma elegante de cerrar en falso un problema que lleva años enquistado. Significa aceptar como permanente lo que nació como provisional. Significa sustituir un servicio estructural por un apaño. Significa decirle al medio rural leonés que no merece tren, solo un transbordo.

Mientras en otros territorios la vía estrecha se integra y se moderniza, en León se sustituye por un autobús. Esa es la verdadera magnitud del agravio. Aún se está a tiempo de rectificar. Pero para ello es necesario abandonar las soluciones de escaparate y recuperar el compromiso real con un ferrocarril que, durante décadas, vertebró a un territorio entero. Porque mientras el tren no vuelva a llegar, la desigualdad sí lo hará.

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